NOTA: Empieza a leer desde el principio si acabas de llegar

martes, 10 de abril de 2007

La chica




Cogidos de la mano salimos por la puerta del colegio mientras la gente murmuraba a nuestro paso clavándonos la mirada. Nadie había quedado impasible a lo que acababa de ocurrir a la entrada del instituto. Seguía tan alucinado con todo lo que estaba pasando en ese momento que ni lo disfruté, solo sentía miedo por la posibilidad de que mis compañeros se vengasen conmigo por lo que había hecho esa chica por mi. Aún así la cogí de la mano y me limité a sonreír como si la conociese: era la única salida que me quedaba en aquel momento. Ella llevaba las riendas me gustase o no, y todavía no sabía ni de quién era ella. Con su mano entrelazada con la mía, aquella muchacha se dirigió hacia el parque que estaba al lado del instituto donde se solían poner grupos de alumnos los viernes con sus amigos. A decir verdad yo siempre había visto ese parque desde fuera, nunca había entrado ni me había sentado en esos bancos. Allí me sentía como un conejo en la guarida de lobos hambrientos. Era el sitio de reunión de todos aquellos que se divertían a mi costa.


Ya estábamos a cierta distancia de la entrada del instituro cuando nos paramos delante de uno de aquellos bancos.

- Siéntate en ahí Daniel- me dijo

- ¿Porqué haces esto? ¿Quién eres? ¿Qué sabes de mi padre?- le dije un poco tenso mientras le soltaba la mano y retrocedía un par de pasos porque no entendía nada.

Ella me la volvió a coger y con una sonrisa en la cara me volvió a besar diciéndome al separar sus labios de los míos en autoritarios susurros pero disimulando con expresión alegre.

-¡Siéntate joder, que vas a estropearlo todo!-

Me senté poco a poco mirándola con el ceño fruncido y ella se sentó inmediatamente encima de mí, me pasó los brazos por el cuello como si me estuviese haciendo arrumacos y empezó a hablar cerca de mi oreja.

- Daniel, no mires a tu derecha, pero el hombre que parece estar leyendo en la puerta del instituto es un policía, y no está aquí para protegerte, sino para investigarte y seguirte porque piensa que de alguna manera tu o tu madre teneis la clave para resolver la desaparición de tu padre. Ahora sonríe y hazme cosquillas en la cintura, que parezca que somos una pareja.

jueves, 5 de abril de 2007

Un mes más tarde





Había pasado ya un mes desde la desaparición. Por orden del comisario nos habían levantado la protección policial, dejándonos un número de emergencia al que dijeron que no dudásemos en llamar si ocurría cualquier cosa. Ni mi padre ni los secuestradores habían dado señales de vida, y la policía decía seguir investigando el caso, aunque nunca nos hablaron de sus avances.

Se podría decir que la vida había vuelto a la normalidad, pero sin mi padre en ella.
Al acabar el instituto recogí mis libros rápido como siempre para salir el primero y no tener que soportar las burlas y gracias de mis compañeros, que aprovechaban todos los instantes posibles para martirizarme. Por aquel entonces yo no era de carácter fuerte, y mi aspecto diferente no ayudó nunca a evadir los insultos por su parte. La genética de mi madre había hecho mucha mas mella en mí que la de mi padre. Al igual que ella yo tenía unos ojos gris claro, piel marcada por un ligero tono ceniza y un abundante pelo tan blanco como los copos de nieve antes de caer al suelo. En el colegio se reían de mí diciéndome que era “medio albino”, y aunque desde los trece años me venía tiñendo el pelo de color castaño eso no pareció nunca importar a quienes encontraron en mí el filón para sus mofas, porque yo ya era su presa aunque no existiese un motivo.

Justo antes de salir del aula uno de ellos, Javier Pereira, me agarró en plan colega por el hombro y me dijo:
- Espera pringao, que te acompañamos a la puerta-
Me quedé quieto y miré al suelo diciendo con voz débil -Tengo prisa-
- Da igual la prisa que tengas pringao, si estás con colegas- al acabar la frase miró a sus amigos y empezaron a reírse a mi costa.
Yo tragué saliva y aguanté el tipo, como solía hacer en esas ocasiones en que me sentía tan inseguro, era como si todo el mundo estuviese mirándome esperando ver como tropezaba.

Me acompañó ese séquito de siete capullos guiados por Pereira hasta la puerta del edificio riendo de forma grotesca mientras me señalaban gritando a la gente que estaba en el camino:
- ¿Habéis visto el grano que nos ha salido en el culo? – y como respuesta obtenían risas, no se si de miedo o de aprobación, pero la gente se reía, y eso a mi me dolía.

Ya estábamos en la puerta del instituto cuando vi una chica morena apoyada en una columna del patio de la salida. Llevaba una gorra sobre su pelo con mechas blancas y negras que caía hasta más allá de sus hombros. Estaba de perfil, leyendo, ajena al corrillo de chicos que estaba a un par de metros de ella silbando y piropeándola.

Por un momento me olvidé de donde estaba hasta que Javier Pereira volvió a gritar:
- ¡Ey! ¿Todo el mundo ha visto el grano de nuestro culo?-
En ese momento la chica cerró su libro de golpe y giró la cabeza clavándonos la mirada. Ella se empezó a reír negando con la cabeza mientras se acercaba contoneando sus anchos vaqueros y su ajustada camiseta blanca al ritmo de su cuerpo. Esa chica llamaba la atención por su singular belleza. Yo no era el único que observaba aquella escena. Lo supe porque, conforme se acercaba a nosotros, las risas de la gente se iban apagando atentos a su trayectoria. Bajé la mirada de vergüenza y miedo. Sentí que al no verla era como si de alguna manera me escondiese. Quise que la tierra me tragase.
Se acercó hasta Pereira a una distancia que dejaba de lado el espacio personal y le susurró al oído casi rozándole la oreja con los labios:
-Eres un chico malo.-
- ¿Ah, si?- respondió él mirándole a los ojos.
-Si, pero yo también puedo ser mala- Volvió a decir todavía más cerca de él haciendo un amago de acercase más a sus labios.
Yo levante la mirada y pude ver como él cerró sus ojos esperando un beso. Todo el mundo estaba en silencio, aunque yo oía palpitar mi corazón de miedo más fuerte que nunca.

Ella se apartó justo antes de tocarle y volvió a gritar
- ¿Habéis visto el grano que le ha salido en el culo?- dijo señalando a Pereira con aire desenfadado.
La gente permanecía en silencio desconcertada sin saber como reaccionar. Fue entonces cuando dijo.

- ¿Y no creéis que con esa cara que tiene llena de espinillas pustulentas debería bastarle como para andar dándonos detalles de lo que tiene por el resto del cuerpo?

Se oyeron risas aisladas, susurros de la gente, y la cara de Javier quedó tan desencajada que casi no se lo reconocía. La chica aprovechó el momento para acercarse a mí y darme un beso en la boca que me pilló tan de sorpresa como un cubo de agua helada.
Me abrazó seguidamente con sus brazos por detrás de mi cuello como si fuésemos íntimos y me dijo al oído tan bajo que solo yo pude oirlo:

- Sígueme la corriente. Tengo información sobre tu padre-

martes, 3 de abril de 2007

Esa tarde



Salimos de la comisaría tarde y un equipo de la policía guiado por el coronel Gallardo nos acompañó hasta casa. En el salón uno de ellos se encargó de pinchar el teléfono y el resto dio una vuelta por la casa para hacer un reconocimiento por cuestiones de seguridad. Mientras tanto el comisario Gallardo encendió uno de sus puros y se sentó en el butacón de mi padre mientras tomaba unas notas.


Yo estaba en medio de todo aquello y me sentí perdido en mi propia casa. Me pareció extraño ver tanto despliegue por la desaparición de mi padre, pero a su vez agradecí que se tomasen tantas molestias.
Me deslicé detrás del comisario para ojear sus notas sin ningún tipo de malicia. Tenía una lista con tres nombres uno de los cuales era el de mi padre “Julián Gómez Salgado, taxista”. Los otros dos no alcancé a leerlos.


-¿Ha habido más desapariciones?- Le pregunté.

- Ocúpate de tus asuntos- me dijo con un tono seco mientras se guardaba lentamente su libreta en el bolsillo y me miraba de soslayo.


Serían cerca de las diez de la noche cuando nos quedamos mi madre y yo solos en casa. Todos los policías se habían ido, excepto un par que se quedó en un coche en la calle por si les necesitábamos. Estábamos en el salón, ella en el sofá mirando al infinito con ojos hinchados y rojos. Yo estaba a su lado en un sillón. Empezó a hablar:


-Daniel cariño, no se que está ocurriendo, pero no es nada bueno. Cuando el comisario pronunció “Maemyete” algo dentro de mi tembló y me sacudió de una forma que ni yo misma puedo explicarme.-

-¿Y el comisario que te ha dicho?-

- El comisario no lo sabe.-

- Pero…-

- No me preguntes por qué hijo, porque no tengo una respuesta para eso- Me contestó mientras le temblaba la voz y miraba al techo intentando contener las lágrimas.

Le di un abrazo para transmitirle fuerza. Nunca en mi vida la había visto tan débil.

lunes, 2 de abril de 2007

El comienzo



Recuerdo aquel día como si fuese hoy mismo. Yo tenía diecisiete años y estaba en el instituto. Serían cerca de las once de la mañana cuando el director vino a buscarme personalmente a mi clase. Yo no era esa clase de chicos que siempre se estaban metiendo en líos, y el hecho de no haber hecho nada malo me hizo asustarme más. Él me apretó el hombro y me miró con gesto compungido, pero no dijo nada en todo el camino que recorrimos a través de los eternos pasillos hasta llegar a la recepción, donde me esperaban un hombre y una mujer, ambos policías.

Yo no entendía nada.

El policía de pelo cano y mirada fría hizo un gesto a la chica, más joven y de mirada mucho más expresiva, quien se acercó hasta mi y con gesto cercano me agarró la mano y me dijo “Hola Daniel, soy el agente Elvira Suárez y tienes que acompañarnos a comisaría porque tu padre ha desaparecido y por el momento es mejor que estés bajo nuestra vigilancia”

Al llegar a la comisaría yo tenía miedo, pero no el tipo de miedo que se tiene de pequeño a la oscuridad, sino un miedo diferente y más puro de no saber qué está ocurriendo. Mamá también tenía miedo aunque no me lo dijese. Ella había pasado toda la mañana en aquel despacho de la comisaría del centro sometiéndose a las preguntas del comisario Esteban Gallardo. Nunca supe con certeza lo que se habló en aquella conversación, pero me bastaba saber que mi padre había desaparecido de madrugada en su taxi, que en el mismo habían dejado una nota con la palabra “Maemyete” y que había razones para pensar que mi madre y yo estábamos en peligro.